martes, 18 de noviembre de 2014

Crónica de una muerte anunciada debido al alcohol y la droga


Decadencia de Héctor Lavoe el cantante de los cantantes de salsa en los 80
por Ernesto Mc Causland 
Tomado de Facebook  
Fue una muerte larga, lenta y tormentosa, que solo Dios sabe cuándo comenzó a gestarse. Puede ser en la infancia cuando su madre murió de tubercuosis, dejándole como herencia su primera enfermedad y su primera soledad. O pudo ser en aquel verano del 63, cuando – un mes después de haber emigrado a New York – su hermano mayor le dio la cordial bienvenida al mundo de la drogadicción intravenosa. O quizás fue treinta años más tarde cuando , después de haber sido la sensación mundial de la salsa, quizo ponerle punto final a una cadena de tribulaciones y se lanzó al vacío del noveno piso del hotel Excelsior de San Juan de Puerto Rico.
Abatido finalmente por ese coctel de infortunios y autodestrucción que fue siempre su vida. Héctor Lavoe le dijo adiós a este mundo el último martes de junio del 92 en una habitación de solemnidad, mientras afuera Nueva York era escenario de su gran fiesta de sol, ropas ligeras, palomas, turistas, ratas, pordioseros , limosinas, ventas ambulantes, pintores callejeros y todas las criaturas del verano.
El cantante de los cantantes había pasado su último año de vida en un edificio gris y paranóico, de herméticas ventanas y sofisticada arquitectura, situado frente a una de las rejas de entrada al Central Park. Es el Cardinal Cooke Health Center , una especie de asilo de caridad, donde desde hacía diez años funcionaba un pabellón especial para pacientes menesterosos.
Allí había llegado Lavoe un año antes de su muerte . Alguien lo dejó en la puerta convertido en un loquito callejero que hablaba incoherencias y se veía desolado. Héctor Lavoe duró quince días en medio de un absoluto anonimato, tendido en una cama y gritando disparates. Ni las enfermeras puertoriqueñas ni nadie en el hospital, se dieron cuenta de que aquel paciente de sida esquelético y arruinado era el carismático sonero que quince años atrás era vitoreado y alzado en hombros por enloquecidas multitudes. Hasta que un compañero de piso, chofer de camión, lo oyó cantar una tarde y reconoció la voz. La familia fue avisada de inmediato .
Esa misma tarde, Nilda Pérez, su esposa acudió al hospital. Estaba angustiada. Desde Hacía un año y medio Héctor había desaparecido. La visita lo hizo reaccionar. Héctor salió de inmediato de sus nebulosas mentales, se levantó como pudo, abrazó a su mujer, y los dos lloraron juntos dos horas.
Nilda supo entonces donde había estado su esposo durante el tiempo en que estuvo perdido. Dacey Lugo, un corpulento conguero puertoriqueño, se lo había llevado para Miami, donde Héctor se presentaba en bares de mala muerte cantando en deplorable estado de salud por unos pocos dólares y consuminedo heroína en abundancia. En una de esas jornadas, Lavoe sufrió una sobredosis. Así fue trasladado a Nueva York y dejado a las puertas del Cardinal Cooke.
A pesar de que su cuerpo ya no le respondía, Lavoe volvió a animarse con la vida. Insistía en que volvería a los escenarios. Por eso todas las tardes , del ala de pacientes de sida del Cardinal Cooke brotaba una voz frágil que entonaba laas canciones de siempre.
Pero la muerte ya había pasado su factura de cobro: No solo era el sida desde su caída en San Juan , Lavoe tenía una herida en una pierna que no le cerraba porque era diabético. Así en temas de salsa que ahora sonaban lúgubres, El Cantante de los Cantantes fue perdiendo su batalla con la muerte; una batalla que había comenzado tiempo atrás y que él debió haber perdido mucho antes.

 

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